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Soy mediocre, ¿Ya lo he dicho?

07.10.2014 01:43

A estas horas de la noche, o de la mañana, nada bueno puede salir de las manos de una persona mediocre; mediocre, pero eh, sin insultar. La mediocridad está en nuestra vida diaria, la vemos, la intuímos, y sólo unos pocos privilegiados la asumimos y la defendemos. Porque no se puede ser extraordinario por elección ni tampoco mediocre por vocación, no nos queda más remedio que mirarnos al espejo y admitir, sí, soy del montón, ¿y qué?

Yo también fui a la universidad

07.10.2014 01:58

Sí, lo confieso, yo también crecí con el “estudia, estudia, aprovecha que puedes, que nosotros no pudimos (y míranos ahora, con dos hijas, un piso de cien metros, apartamento en la playa, coche y la hipoteca pagada desde los cuarenta años, con un solo sueldo y sin ayuda de nadie)”. Es verdad, yo también sentía pena de mis padres, los poco ilustrados, los que se habían hecho a sí mismos, los que empezaron a trabajar desde que les salieron los dientes y pasaron por una dictadura y una transición. Los míos no corrieron delante de los grises, pero lo pensaron, lo pensaron con mucha fuerza y fueron testigos de cómo otros sí lo hacían, y peleaban por los derechos que su generación consiguió y que nosotros nunca habíamos valorado; hasta ahora.

Me daban mucha pena y por eso estudié mucho. Era mi deber. La losa de las oportunidades que ellos no tuvieron me impedía valorar otras opciones y me ayudó a concentrarme en ese camino que tantos mediocres como yo seguimos a ciegas, como burros letrados y bachilleres que perseguían la zanahoria de un título que nos abriría las puertas de la masa trabajadora; cualificada y carente de experiencia o interés.

Elegí ciencias, a pesar de que me gustaba escribir y tenía memoria para recitar los temarios de historia que me impusieran para el examen como un loro entrenado y parlanchín, porque me gustaba la lógica de las matemáticas y casi todo tenía sentido. Eso, y que “tenía más salida”, frase emblemática de mi generación y que ha caído en desuso por irreal e insultante.

A pesar de mi matrícula de honor en bachiller, primera de mi promoción y otras chorradas, la selectividad me abofeteó con un ni-frío-ni-calor notable que fue el primer indicio de mi incipiente mediocridad y a la que todavía, ni había hecho frente ni podía siquiera imaginar que me correspondiera. Porque sí, hasta esa fecha, como cualquier adolescente que se precie, yo tenía sueños, imaginaba futuros prometedores, en fin, me creía sin pestañear las sandeces que todo educador, adulto y a su vez mediocre se cree en la obligación de repetir a todos y cada uno de sus pupilos, propios o ajenos, para insuflar inspiración y no matar antes de tiempo la imaginación y la creatividad de los muy inocentes.

Así que podría decirse que es en la adolescencia cuando comencé a abrir los ojos a esta condición humana que me define mejor que cualquier otra cosa. Lo cual no quiere decir que la aceptara a tan tierna edad y sin concesiones.

Título en mano y fotocopia colgada en la pared de la habitación de mis padres, me lancé a ese mundo laboral tan vasto y voraz que me tragaría y difuminaría como a una gota cualquiera de un océano.

El exilio no es tan glamuroso

08.10.2014 19:37

Pues no, no lo es. Cuando nos fuimos mi pareja y yo de España en el año 2011 porque nos habíamos quedado ambos en paro, decidimos marchar al extranjero porque confiábamos que a la vuelta eso vestiría mucho el currículum. Nos fuimos cuando las cosas se estaban empezando a poner muy feas, pero en realidad no nos imaginábamos, ni de lejos, lo feísimas que se iban a poner poco más tarde. Nos vimos en la situación de elegir entre mudarnos a cualquier otra ciudad de España donde nos saliera trabajo o al extranjero, que parecía más pintoresco y glamuroso. Así que a París que nos fuimos, a hacer las Américas.

Lo duro que es establecerse y aprender a manejarse en un lugar extraño, lo dejo para otro día, que me da la risa. El caos en la administración pública no es monopolio de España, por suerte o por desgracia.

Pero pasado el tiempo y viendo el éxodo de compatriotas o co-nacionales, que ser patriota es algo que no está muy de moda, ni se pretende que lo esté,  parece que a la vuelta, si algún día conseguimos volver, va a ser moneda corriente y dato anecdótico en el currículum el haber vivido en el extranjero. Además, una vez que se salvan todas las dificultades a la llegada, que digo todas, las justas para sobrevivir, y uno se acostumbra a que haya un solo bar en tu ciudad y que todas las tiendas, sí, las cuatro, se concentren en un solo edificio de una única planta, el resto se parece mucho a vivir en cualquier barrio, pueblo o ciudad de cualquier otro país. A todo se acostumbra uno y los defectos y virtudes humanos aparecen en cualquier lugar, por recóndito que sea. Ya ni siquiera se puede fardar al volver a casa de vacaciones enseñando las monedas del país de acogida o los objetos curiosos que allí se comercializan, porque Zara y Mango ya te los encuentras hasta en la Antártida.

Nuestro minuto de gloria

18.10.2014 14:20

No era mi intención, ni lo sigue siendo, hacer de este blog una especie de diario personal, que, por otra parte, a quién le iba a interesar. Sin embargo, excepcionalmente (sí, los mediocres también tenemos derecho a la excepcionalidad aunque la connotación sea de tiempo y no de excelencia) hoy me gustaría contar algo que me ha sucedido esta semana y que guardaré en el famoso anecdotario de “cosas para contar a tus nietos”.

Resulta que el miércoles, andaba por casa con la radio puesta, como suele ser habitual y oí que hacían un concurso en “julia en la onda” sobre cine. Yo no entiendo casi nada de cine, y estaba segura de que no conocería por mí misma la respuesta, pero el conductor de esta sección siempre consigue que aciertes, así que no me lo pensé ni una sola vez (porque si no, no lo hago) y llamé. Sabiendo que no iba a poder hacer el ridículo al no conocer la respuesta, empecé a ponerme nerviosa por otro motivo; hablar con Julia Otero.

Parece una tontería y cuando oímos a gente que sale en los programas de televisión o de la radio decir: “hay que nervios@ estoy” o frases del estilo, se nos dibuja una sonrisa de suficiencia como si nosotros en esa situación fuéramos a hablar con templanza y a impresionar a alguien. Pues en este caso, una vez más, mi reacción fue como la de cualquier persona normal. Me impresionó oír a Julia llamarme por mi nombre y más aún ver cómo se interesaba por mi situación particular y me hacía preguntas sobre mi vida. Confieso que cuando llamé y dije que lo hacía desde París, en el fondo de mí intuía que les iba a sorprender que alguien llamara desde fuera de España y Julia, comprometida y preocupada como está por la situación de los jóvenes exiliados por la crisis, no iba a dejar pasar la oportunidad de darle voz a un testimonio directo. Para que sigan diciendo que lo nuestro es “movilidad geográfica” y que nos vamos porque queremos vivir nuestra aventura.

Al final, la película que gané fue lo que menos ilusión me hizo, que sí, que nunca he ganado ningún concurso y a nadie le amarga un dulce, pero cuando colgué, estaba tan emocionada de haber hablado con ellos durante ¡más de un minuto! que me temblaban las piernas.

Por supuesto, por la noche no me podía dormir, y cuando lo hice, soñé que estaba en un plató de televisión (claro, la radio ya se me quedaba pequeña) y tenía una especie de sección en la que contaba mis historias de mediocridad en clave de humor (¿o se reían de mí?) enlazando un tema con otro y desvariando hasta perder el sentío.

No sé si conozco a alguien menos mitómano que yo, nunca he pedido un autógrafo y a nadie le concedo mi admiración por el mero hecho de ser famoso o conocido, pero reconozco que hablar durante unos instantes con una personalidad como Julia Otero, que además entra en mi casa casi todos los días, ya sea en directo o a través del podcast, me impresionó y me hizo sentir aún más corriente que nunca.

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